LA EDAD DE ORO

Hablaremos aquí de los abuelos, los abuelos y las abuelas, y a otros miembros mayores que no tienen hijos pero que realizan la función de abuelos. Las Escrituras nos dicen: «En los ancianos está la ciencia. Y en la larga edad la inteligencia» (Job 12:12).

Enfrentamos un grave problema: la población mundial está disminuyendo. El índice de natalidad en la mayoría de los países decae mientras que las expectativas de vida aumentan. Las familias son más pequeñas, limitadas deliberadamente. En algunos países, en pocos años habrá más abuelos que niños. El envejecimiento de la población tiene trascendentales consecuencias económicas, sociales y espirituales, lo cual afectará el crecimiento de la Iglesia.

Es por eso que se hace prioritario, el enseñar a nuestros jóvenes a acercarse a los abuelos y a las abuelas.

Algunas jovencitas de hoy en día, se apartan; prefieren estar con personas de su misma edad, y se ha vuelto necesario que las jóvenes se relacionen con las abuelas, pues ellas les brindarán cosas de más valor en su vida que muchas de las actividades que tanto disfrutan.

Como padres, catequistas, o líderes debemos enseñar a las generaciones jóvenes a acercarse a sus madres y abuelas.

Toda la atención que damos a nuestros jóvenes, todos los programas, todo lo que hacemos por ellos, será incompleto a menos que les enseñemos el propósito del respeto hacia sus mayores, les enseñemos a beber de la fuente inagotable de saber que nos proporcionan nuestros abuelos, fruto de la experiencia adquirida y acumulada a lo largo de toda una vida.

Tratamos de unir a los jóvenes y nos olvidamos de unir a las generaciones. Hay tanto que los miembros de edad pueden hacer. Valoremos a la gente de edad por lo que es, no sólo por lo que pueda hacer. Vivimos en tiempos turbulentos. Durante la vida de nuestros jóvenes, los problemas nunca serán menos y de seguro serán más. Las personas de edad ofrecen el conocimiento cierto de que las cosas se puede soportar.

Nosotros somos mayores ahora; y, en su debido tiempo, seremos llamados más allá del velo. No ponemos resistencia a ello. Tratamos de enseñar las cosas prácticas que hemos aprendido con el correr de los años a los que son más jóvenes: a nuestra familia y a los demás.

No podemos hacer lo que una vez hacíamos, pero hemos llegado a ser mejores de lo que fuimos. Las lecciones de la vida, algunas de ellas muy dolorosas, nos califican para aconsejar, para corregir e incluso para advertir a nuestra juventud.

En la edad de oro de nuestros abuelos y abuelas, principalmente nunca le debemos quitar el activos en el Evangelio. «Si», dijo el Señor, «tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra».

Nosotros ahora, como familia cristiana hemos de emprender la gran misión, quizás la más grande de todas: la de fortalecer a la propia familia y a las familias de los demás: sellar las generaciones.

Que la llama de su testimonio del Evangelio restaurado y el testimonio de nuestro Redentor resplandezca de tal manera que nuestros hijos se puedan calentar las manos en el fuego de su fe. ¡Eso es lo que los abuelos y las abuelas deben hacer! En el nombre de Jesucristo.
Amén.